EL CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO DE LA FE.


Surgió hace más de mil años. La enorme afluencia de peregrinos por el Camino de Santiago fue un motor para el desarrollo de la península y para el intercambio de conocimientos en toda Europa. 

Javier Cisa – 250119.- La peregrina­ción no es obligatoria en el cristianismo. Aun así, Jerusalén, con el Santo Sepulcro y los puntos en que había transcurrido la vida y la Pasión de Jesucristo, y Roma, con las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, atrajeron durante siglos a nume­rosos creyentes.

El descu­brimiento de la tumba del apóstol Santiago dio inicio a un fenómeno único que, más allá de su extraordi­naria significación religiosa, tuvo efec­tos políticos, económicos, culturales y sociales de gran magnitud.

A principios del siglo IX, el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, encontró lo que se consideraron los restos del apóstol y de dos de sus discípulos. La leyenda cuenta que el cadáver de Santiago fue­ trasladado por mar desde Tierra Santa, donde había sido decapitado, a Compostela, donde fue sepulta­do y permaneció en el olvido.

A partir del siglo X, el desarrollo del Camino de Santiago fue imparable y alcanzó su apogeo entre los siglos XI y XIII.

Tras el descubrimiento, el rey de Astu­rias, Alfonso II el Casto, convirtió a San­tiago en patrón del reino y mandó construir un templo en el lugar de la tumba. Algunos años más tar­de, Alfonso III edificó una basílica, alrededor de la cual se fue formando un núcleo de población que sería el origen de Compostela.

En los primeros años el culto se mantuvo en el ámbito local, hasta que en el siglo X su existencia empezó a difundirse a gran escala por toda Europa. A partir de este momento, el desarrollo del Camino de Santiago fue imparable, alcanzando su apogeo entre los siglos XI y XIII.


Los siglos de esplendor

El gran auge que conocieron las peregri­naciones a Compostela se debió a la con­fluencia de diversos factores. El crecimiento demográfico y económico en toda Europa, acompañado de un profundo fervor religioso, se combinó con razones de carácter político. Los reyes francos pretendían frenar la amenaza musulmana y, al mismo tiempo, los incipientes reinos cristianos hispánicos fomentaron las peregrinaciones para consolidar su presencia en el norte de la península.

Pero el año 1300 el papa Bonifacio VIII promulgó la bula con que se instauró el primer jubileo. A todos aquellos que visitaran las basílicas de San Pedro y San Pablo de Roma les sería concedida la indulgencia plenaria. Esto dio impulso a la peregrinación a la Ciudad Eterna en detrimento de Santia­go de Compostela, que inició un progre­sivo declive.

Ya en el siglo XVI, la Reforma protestante negó el valor de las indulgencias y consi­deró las peregrinaciones un esfuerzo inútil e innecesario. Con la expansión de es­ta idea en gran parte de los países de los que provenían los peregrinos, el Camino de Santiago pasó a ser un fenómeno mi­noritario. Tendrían que pasar cuatrocien­tos años, hasta finales del siglo pasado, para que el reconocimiento internacio­nal de su interés cultural hiciera resurgir la ruta con inusitada fuerza.

Los peregrinos procedían principalmente de Francia, Alemania y los Países Bajos, pero también de lugares más remotos, como Bohemia, Polonia o Escandinavia.

Durante los siglos de esplendor, los peregrinos propiciaron, con su ir y ve­nir, a la circulación de noticias, ideas y costumbres de los pueblos que formaban Europa, así como contribuyeron a los intercambios artísticos.

Miles de cris­tianos europeos cada año, procedentes de Francia, Alemania y los Países Bajos, pero también de lugares más remotos, como Bohemia, Polonia o Escandinavia transitaron el Camino. En el viaje a Santiago de Compostela, desde sus inicios hasta su declive a partir del siglo XIV, los peregrinos utilizaron diferentes vías. Estas fueron las principales:

1. El Camino Primitivo

Esta ruta seguía el recorrido desde Oviedo atribuido a Alfonso II en su descubrimiento de la tumba del apóstol. Mientras la meseta fue dominio musulmán, el Camino del Norte conducía a los peregrinos desde Hendaya hasta Santiago por tierras astur-galaicas.

2. Los accesos europeos

Ya en el siglo XI, el rey Sancho el Mayor de Navarra estableció el itinerario que se conocería como el Cami­no Francés, que fue –y sigue siendo– la ruta jacobea más transitada. Desde Fran­cia, los peregrinos llegaban por una de las cuatro grandes vías que convergían en los Pirineos:

La primera era la denominada Vía Tolosana, que partiendo de Arles pa­saba por Toulouse y franqueaba los Piri­neos por el puerto de Somport. Las otras tres confluían en Roncesvalles: la Vía Po­diensis, que comenzaba en Puy-en-Velay y era la utilizada por los peregrinos ale­manes y suizos; la Vía Lemovicensis, que atravesaba el Lemosín; y, finalmente, la Vía Turonensis, que pasaba por Tours y era la empleada por los peregrinos procedentes del norte de Francia y de los Países Bajos. Todos los viajeros se dirigían a Puente la Reina, localidad a partir de la cual los peregrinos transitaban por un mismo trazado hasta Compostela.

3. El entramado peninsular

Desde la propia península, el Camino Aragonés (desde Somport, adonde llegaba la Vía Turonensis), el Portugués (desde Oporto) y la Vía de la Plata (desde Méri­da, Badajoz) eran tres de las principales arterias de peregrinación.

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