PALESTINA E ISRAEL SIN CRISTIANOS


Palestina e Israel sin cristianos

El autor lamenta que sólo quedan 200.000 cristianos en Tierra Santa. Y teme que, entre el Gobierno islamista de Hamas y en un Israel que avanza hacia una creciente identificación entre Estado y religión, la vida será cada vez más difícil para los diferentes

Claire Anastas mantiene su tienda de souvenirs abierta todo el día. Pero son pocos los turistas que entran a comprar algunos de los productos de artesanía, tallados en madera de olivo, que ofrece. El comercio y su casa, que está encima, se encontraban en la orilla del histórico camino que conectaba Belén con Jerusalén. Pero ahora ya han quedado muy a trasmano. Las ventanas de la cocina tienen a solo cinco metros el muro que construyó Israel. Las ventanas de los dormitorios tienen a solo 10 metros el muro que construyó Israel. El negocio y la vivienda de Claire Anastas han quedado rodeados.


El marido de Claire Anastas intenta convencerla para emigrar, para hacer lo mismo que han hecho muchos de los bautizados de Belén, Beit Jala y Beit Sahur, el triángulo de pueblos que en tiempos fue mayoritariamente habitados por cristianos. Pero ella repite insistentemente que tiene una misión que cumplir en la tierra de Jesús. Clarie Anastas es una de las mujeres protagonistas de mi documental Cuando vuelva (que se estrena el martes 19 de marzo en Madrid), dedicado a los cristianos de Palestina y de Israel. De momento no se ha marchado, pero sí lo han hecho muchos otros que vivían en Cisjordania y en Gaza.

Desde hace algunos años se viene produciendo un gran éxodo en la minoría cristiana de esas tierras. Según algunas estimaciones, si la demografía de los cristianos hubiera evolucionado de forma natural desde los años 50 del pasado siglo, en este momento debería sumar un millón de almas. Pero no llegan a 200.000, de las que sólo 46.000 están en Cisjordania y menos de 1.000 en Gaza. Clarie Anastas no puede cruzar hasta Jerusalén, a través de ninguno de los check points que fueron instalados hace más de 25 años porque no tiene permiso. Tampoco podía hacerlo el fixer (ayudante local para un rodaje) que nos acompañó durante nuestro trabajo. Muchas de las personas que entrevisté, profesionales de varias ONG y profesores universitarios, habían realizado varios viajes a Europa en los últimos años, pero no habían podido celebrar en la última década la Pascua en la Basílica del Santo Sepulcro, situada a pocos kilómetros. No se les había permitido el acceso a la Ciudad Santa. Claire Anastas, como muchos de los vecinos de Belén, suele pasar algún día de campo en el del cercano Valle de Cremisan, donde los Salesianos tienen una bodega. Pronto puede que tampoco le quede ese recreo porque el muro está a punto de cerrar el paso al paraje lleno de pinos y vides.

Las dificultades de movimiento, el paro, y la falta de oportunidades empujan a los jóvenes cristianos palestinos a buscar un mejor futuro fuera de su tierra.

En Gaza la situación es aún más complicada. Entrar en una de las franjas más pobladas y más miserables del planeta no es fácil para un periodista. Es necesario un permiso de Israel y luego someterse al control de Hamas. Pero si entrar es difícil, salir es prácticamente imposible. Tuve ocasión de conversar con algunos jóvenes que no habían visto otra cosa en su vida que esos doce kilómetros de tierra y el mar Mediterráneo. Estaban recibiendo una catequesis en la que se les explicaba por qué el suicidio no le gusta a Dios. El suministro eléctrico sólo llega durante algunas horas al día, la situación sanitaria y alimentaria es de absoluta emergencia. Las estadísticas de desempleo, astronómicas.

Al frente de Al Ahli Arab Hospital, uno de los hospitales de la Franja, está Suhaila Tarazi, otra de las protagonistas de mi película. Realiza una labor heroica con medios muy escasos. Ha nacido muy cerca de donde trabaja, estudió en Londres, pero como Clarie Anastas, asegura que no se marcha porque “es necesario que cuando Jesús vuelva quede algún cristiano en su tierra”. Suhaila pertenece a una de las dos parroquias que quedan abiertas en el centro de Gaza. Una de ellas católica y la suya, San Porfirio, ortodoxa. Insiste con orgullo en que la iglesia se construyó en el siglo V. Junto a la edificación, hay un pequeño cementerio. Si la tendencia no se invierte, pronto pueden quedar solo las lápidas, Suhaila y las incombustibles Hermanas de la Caridad que se encargan de una residencia de niños discapacitados. Al bloqueo hay que añadir la presión, no directa, de un Gobierno islamista como el de Hamas.

Anna Koulouris, cristiana, es también una de las mujeres de Cuando vuelva. No ha nacido en Jerusalén sino en Nueva York, pero hizo un viaje hace algunos años a la Ciudad Santa y allí se ha quedado. Anna nos acompaña por las calles del barrio cristiano y del barrio armenio y nos señala los lugares donde se han producido ataques de judíos ortodoxos. Algunos grupos consideran intolerable que Jerusalén no sea única y exclusivamente judía y han recurrido a la violencia. Anna y los portavoces del Patriarcado Latino me explican que cada vez hay más colonos judíos que intentan adquirir, legal o ilegalmente, propiedades en la Ciudad Vieja para reducir la presencia cristiana o musulmana. En algunos casos le hacen la vida imposible a sus vecinos para que se vean obligados a vender.

Anna me acompaña también hasta el Nuevo Hotel Imperial, junto a la puerta de Jaffa, la puerta principal que se abre en la antigua muralla. Es un hotel de la Iglesia ortodoxa griega, que está gestionado desde hace dos generaciones por una familia musulmana. El usufructo ha sido adquirido, de una forma evidentemente fraudulenta, por la organización Ateret Cohanim que trabaja para que la Ciudad Santa tenga un solo color. Anna ha escuchado las quejas de muchos cristianos que han visto cómo se les presionaba para vender sus locales y sus casas y ha vivido también las tensiones con el Gobierno de Netanyahu y el Ayuntamiento de Jerusalén. Netanyahu puso en marcha la aprobación, después suspendida, de una ley para expropiar las propiedades de las iglesias cedidas a terceros. El alcalde quiso modificar el statu quo del siglo XVI, de la época del Imperio Otomano, y cobrar el IBI a los templos. La cantidad exigida hubiera supuesto la quiebra económica de las Iglesias, de las que dependen muchas personas. Las dos medidas no llegaron a surtir efecto después de una protesta que supuso el cierre de los Lugares Santos. En Jerusalén los cristianos están convencidos de que la presión del Gobierno y del Ayuntamiento volverá.

En un Israel que avanza a pasos agigantados hacia una creciente identificación entre Estado y religión (el asunto está muy presente en la actual campaña electoral), la vida será cada vez más difícil para los que son diferentes.

Fernando de Haro es escritor, periodista y autor de una serie de libros y documentales sobre la situación de los cristianos en diversas partes del mundo. El último de ellos, Cuando vuelva, se estrena hoy. Actualmente, co dirige La tarde en la cadena Cope.

https://www.elmundo.es/opinion/2019/03/19/5c8f9ef5fdddffeab98b467b.html

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