PÉRDIDA DE LA IDENTIDAD EUROPEA


Decía Agatha Christie que «El presente se halla casi siempre enraizado en el pasado». 

Cuando en Europa se apuesta por ir contra nuestro pasado, sin defender con convicción nuestras profundas raíces cristianas, cuando en los colegios se intenta instaurar una ideología que borre toda referencia a nuestra historia, cuando las instituciones dejan de proteger derechos tan fundamentales como el de la vida de la persona no nacida, cuando eso y un sinfín de normas jurídicas, nacionales y comunitarias quieren construir una nueva sociedad olvidando de dónde venimos son señales inequívocas de que vamos a la autodestrucción.

Hace poco leía un artículo muy contundente en su título pero no por ello menos acertado, decía que si el cristianismo desaparece, Europa desaparece tal como la conocemos.


A colación de lo anterior dejo este extracto de un artículo publicado hace tiempo en la página Catholic.net, en relación con la falta de referencias intencionadas al Cristianismo en la malograda Constitución Europea.

Necesidad de asumir el pasado cristiano

Descubrir ese nexo profundo del Cristianismo y la historia del proceso de constitución del espíritu europeo requiere afán sincero de penetrar en los estratos donde se fraguan las grandes corrientes culturales. Por eso resulta penoso que el Presidente de la Comisión encargada de redactar la Constitución de la Unión Europea sólo cite como fuentes de nuestra cultura a Grecia, Roma y la Ilustración. Deja de lado nada menos que toda la Patrística y la Edad Media, a quienes debemos –entre otros muchos dones- la transmisión viva y creadora de la mejor cultura grecolatina y árabe. Suele decirse que Descartes es el padre de la modernidad. Pero el auténtico Descartes no puede ser entendido sin conocer a fondo la Edad Media y el nexo de la razón humana con la trascendencia divina. Recuérdese su obra básica: Meditationes de prima philosophia. De ese Descartes abierto a la trascendencia religiosa dependerá después el mejor Fichte y otros grandes pensadores. Cuanto más se estudia el pensamiento europeo, más claramente se advierte que es suicida prescindir del pensamiento cristiano.

Lo que procede hoy día no es olvidar ese pensamiento, sino purificarlo de malentendidos, incrementarlo hasta llegar a su núcleo. No acabamos de lamentar las desventuras que provocó en Europa el hecho de que algunas figuras determinantes de su destino hayan tenido una idea precaria de lo que es y significa la vida religiosa cristiana. Basta pensar en Hegel y Marx. ¡Qué rumbo tan distinto hubiera tomado Europa si esas mentes privilegiadas hubieran dispuesto de un conocimiento aquilatado del Cristianismo! La renovación de Europa habrá de venir por vía de ahondamiento en sus raíces cristianas, no de ataque a las mismas. Es hora de movilizar la inteligencia y purificar la voluntad para ver y reconocer esto con la debida lucidez y decisión.

Resulta, por ello, difícilmente creíble que ciertos grupos sigan empeñándose en privar a los escolares de un estudio serio de la vida religiosa. A veces se achaca esta tendencia a un espíritu sectario. Tal vez sea, más bien, cuestión de ignorancia, unida a cierta indiferencia respecto al papel que juega la educación en el futuro de la sociedad. Si los niños y los jóvenes desconocen la religión cristiana y su historia, no podrán adentrarse en el maravilloso mundo de las artes plásticas, la arquitectura, la música, la literatura, la Historia, las ciencias sociales, la filosofía, incluso las ciencias fisicomatemáticas, bien entendidas. Esta penosa exclusión del mundo cultural supone una regresión calamitosa. A ella se debe, en no pequeña medida, la llamada “catástrofe antropológica” que muy lúcidos pensadores están delatando en la actualidad.

El vendaval ideológico que vació en parte a Occidente de grandes valores, sobre todo el valor supremo encarnado por el Creador, explica la amarga decepción de lúcidos intelectuales de Europa oriental. “Nos unimos a los países libres, los países de Europa occidental –escribe uno de ellos-, y vemos una civilización sometida a la divisa: ¨Vivamos como si Dios no existiera´. Y se nos anima a aceptar ese estilo de vida como pasaporte para Europa” (2) . “En este contexto hay que recordar el concepto de “homo sovieticus”, nacido en la Unión Soviética. Es la hipótesis de una catástrofe sin salida, pues esta deformación monstruosa del hombre tenía como meta su sumisión completa, para hacerle incapaz de ser libre, de vivir para los demás, de tener una vida espiritual propia y de rebelarse. La hipótesis ha resultado ser falsa en su punto principal: el hombre ha conservado su relación con la Trascendencia” (3) .

A veces se intenta justificar esa actitud ante la religión afirmando que ésta es un asunto privado, por ser interno de cada persona. Parece ignorarse que lo externo y lo interno se vinculan estrechamente cuando se vive de modo creativo. Un saludo, una interpretación musical, una comida de amigos… son actos internos y externos a la vez. Hoy nos enseña la mejor Antropología filosófica que la persona humana crece comunitariamente, participando en estructuras comunitarias y colaborando a crear otras nuevas. No tiene sentido afirmar que la Religión se vive en la interioridad, y la política en la exterioridad. Tal distinción tiene valor cuando se aplica a realidades materiales, sometidas al espacio. Respecto a una sala, o estoy dentro de ella o estoy fuera. Se trata, efectivamente, de un dilema. Pero, cuando oigo activamente una obra musical ¿cabe decir con sentido que estoy fuera de ella? De ningún modo, pues, en el nivel de la creatividad, lo interior y lo exterior se integran (4) …..

Fuente: https://es.catholic.net/op/articulos/29816/cat/871/la-aportacion-del-cristianismo-a-la-cultura-occidental-1.html#modal

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